HASTA EL OTOÑO, CÓRDOBA



Me voy contenta de volver a mi desorbitada Bogotá y de haber estado aquí. Me llevo recuerdos, amigos, sensaciones, nuevas maneras de ver, e imágenes que la vida me regaló. El tiempo aquí es distinto al eterno frío, a la lluvia inclemente y la naturaleza maravillosa que intuimos tras la bruma y bajo los charcos. No me esperaba que con el invierno, aquí, vinieran unos días de 30º de temperatura… ¡El frío tiene sus calenturas!


Bien cubierto caminas por el parque Sarmiento para distraer el domingo. En la ruta escuchas los loros que en las copas arman barullo. Te detienes a mirar a distinguir verde vegetal de animal, y por fin reconocer los cuerpitos que habitan las alturas. Entonces, la algarabía rasga el espacio. Salen muchos a un tiempo, volando cortito. Y después, de la nada, surgen las alas inmensas y la figura imponente de un halcón. ¡Qué animal más bello! El corazón se te detiene. Afinas la visión, sigues sin la lente de Discovery Channel, recompones la escena, y por fin entiendes que un crimen se está cometiendo. El cernícalo lleva en sus garras el cuerpito inmóvil de una cotorrita, lo siguen a gritos otras cuatro; sus alas los llevan y te quedas destrozado.


II
Flores rosa en el parque sobre Colón y Avellaneda te indican la entrada de la primavera. Es increíble, diluvia un día y al siguiente la vegetación ya está engalanada. El firmamento siempre celeste intenso, sin montañas que reduzcan su cúpula, en breves azotes del viento se torna gris denso. Luego, la lluvia cae desesperada. También vienen con ella sendos trozos de hielo. ¡Qué espectáculo! Unos vecinos, adoradores del autito salen dispuestos a sufrir moretones para proteger con tapetes plásticos, y mantas acolchadas, la pintura de su precioso. 

Otros, detienen la máquina y se guarecen bajo los árboles. Las calles que antes no paraban ni en la madrugada, ahora están totalmente deshabitadas. Cruzan por la imposición del salario los colectivos. Los cuarzos de la lluvia desmiembran los retoños de las ramas. El asfalto se cubre de olas. Las marejadas bajan y se estrellan con montones de vegetación. Sube el nivel en la calle, en la cañada, en el río Suquía. Hay agua arriba, abajo, a un lado y al otro. El universo húmedo se detiene, el calor amaina, sientes cómo la vida impera. Si miras con detenimiento, fijamente, a la lluvia, te vas. 


Por fin cesan las piedras, queda una lloviznita linda. La actividad urbana retorna lentamente. Entonces, puedes rastrear en dónde estuvo escondido cada auto. El desfile parece una feria de las flores en Medellín. No sabes si la pintura y los vidrios fueron protegidos por un enorme árbol o por un contingente de flores. Unos carros son lila con pistilo blanco, otros rojos con rayita negra, otros botoncitos amarillos, otros verde brillante de hojas tiernas. ¡Tendrían que verlo!

Escrito por Olga Rojas, 2006

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