CIBER-MEMORIA

Con esta narración saludamos a la naciente Red de Docentes de Bogotá ILEO en Google+
La narración aparece en el libro Leer, escribir y hablar en el aula; producto de la experiencia de acompañamiento en aula para el diseño de proyectos pedagógicos, y la creación de la Red ILEO.


     La humanidad depende de los pensamientos que acumula. Recordar más allá de la propia historia nos hace geniales. Por siglos, las reflexiones se han alojado en grandes bibliotecas, templos del saber. Las ideas como el oro, se hacen imperecederas si consiguen ser inscritas y conservadas. Otros productos del esfuerzo humano tienen breve duración, pero los libros, en sus anaqueles, han mostrado ser verdaderos cofres de la sabiduría.

     El mundo, nuestro planeta tierra, es un lugar inmenso. En más de 6 mil kilómetros de diámetro se ubican innumerables caseríos, ciudades, países: conglomerados de personas llenas de saberes. En 1459, según se recuerda, Gutemberg inventó la imprenta haciendo posible que los escritores multiplicaran miles de veces a sus lectores; y también que se pudiera soñar con bibliotecas, memorias colectivas, ubicadas en cada poblado, en cada centro educativo.

    A pesar de la imprenta, durante siglos han sido pocos los llamados a publicar sus escritos. El concepto de estatus humano tiene uno de sus vínculos, una de sus membranas liada a la publicación. Son pocos los hombres o mujeres que hacen de sus reflexiones un best seller. Se diría que la mayoría, los otros, saben poco, o al menos tiene saberes innecesarios, intrascendentes. Esta premisa parece ser una de las columnas que sostiene a la industria del libro.

    Así, reconociendo cómo la información ha tomado un lugar central en la vida; los ilustrados se reunieron para planear una aventura por territorios impensados. La humanidad iría en busca de bibliotecas que dieran a la información el don de la ubicuidad, biósferas de ideas que pudieran ser nutridas y consultadas desde cualquier lugar. Pensaron, también, que los expedicionarios más convenientes para esta aventura serían maestros. Así lo decidieron porque conocían la gran experiencia de los maestros en hacer circular los saberes más iluminados; porque reconocían en ellos una gran habilidad para clasificarlos, didactizarlos, y re-significarlos en unidades reveladoras. Entonces, hicieron un llamado a maestros del corazón, maestros de la ciudad más vibrante del planeta. 

    En un encuentro con el colectivo, los iluminados recordaron que hasta entonces, las travesías humanas se habían hecho exclusivamente por tierra, mar y aire. Entonces ellos sentenciaron “en esta ocasión, los maestros-aventureros deberán transitar un mundo paralelo, el ciber-espacio”. Los maestros inquietos se miraron unos a otros. Hubo, entonces, un tiempo para los círculos de la palabra. Allí, dudas y suspicacias eran el tema de discusión. Todos estaban de acuerdo acerca de la importancia de saber, saber más, saber y dudar, e incluso construir saber de manera colaborativa. Sin embargo, la ruta y los instrumentos despertaban grandes sospechas. 

    Con las primeras aproximaciones al ciber-paisaje surgió una sensación inquietante que se tomó por asalto la confianza de los expedicionarios. Observaron que la menor sutileza: enfocar la mirada en un lugar, rozar el dedo, detener la punta del pie sobre una fracción del terreno por un breve instante; desataba agitación. El territorio parecía inteligente, autónomo: una obra de hechicería. Qué horror. Qué susceptibilidad. Qué reto. Cómo predecir los actos en cadena de este paisaje, cómo viajar por él sin perderse entre nuevas interfaces, hipervínculos, funciones logarítmicas, y mapas semánticos. Los maestros se congregaron, de nuevo, a conversar.

     Hubo fuertes reacciones de rechazo a la misión. “Volvamos a la biblioteca” –reclamaban unos. “La biblioteca es acogedora, contiene todo lo que necesitamos”, “los libros son objetos artísticos, en ellos están las huellas del pasado, tienen olor a pasado, a futuro”, “se abren de manera magnífica a sus lectores.” “Sólo en un libro podemos conservar intacto un trébol” -musitó, Gonzalo. “¿Para qué avanzar por un terreno innatural como ese?” “Yo me eduqué con libros, y mi saber ha sido celebrado en múltiples escenarios, por qué debo abandonar la biblioteca y entrar en ese mundo binario y aparente” –reclamaban otros.

   “Estamos juntos aquí, pero no estamos todos” –contra-argumentaban. “Nuestras inquietudes no son simultáneas”. “Se lanzan libros todos los días, pero no los tenemos en nuestras bibliotecas” –señalaban unos pocos. “Además, los libros, privilegian una única forma de escritura. Hoy se escribe en múltiples formatos. Necesitamos tener bibliotecas multi-mediales, consultarlas… escribir en otros sistemas simbólicos”. “Tal vez, no todos somos genios de la lingüística, como convendría a un buen lector. Tal vez, algunos de nosotros disfrutaríamos leer como saltando a la golosa, o sumidos en imágenes, y apoyados en infografías”. –afirmaban, aún con dudas.

      La discusión seguía candente. Muchos se daban la espalda irreconciliables. Entonces, la profesora M. E. C. se levantó y atravesó el salón lentamente. Mientras ella miraba a sus colegas, uno a uno a los ojos, el ciber-paisaje se acercaba. Ella entró con cautela, leyendo indicaciones icónicas y verbales. Cuando hacía cosas sin entender, se detenía, trataba de reconstruir sus pasos. Seguía adelante. Llegó en su viaje, a una Red, un lugar casi desértico pero prometedor. Buscó las pistas, descifró las indicaciones, y las siguió; tenía que construir su propia imagen. M. E. C. empezaba a entender que este ecosistema funciona como un espejo que devuelve la imagen al visitante.

     Ella no lo había notado, pero la seguían otras colegas que iban tomando nota de sus aciertos, aprendiendo un poco más rápido, equivocándose menos. El camino estaba abierto. Estas nuevas profes, Isa, Lilian y Stella entraron a la Red y allí se presentaron construyendo una imagen de sí que les gustaba, y las vinculaba efectivamente a la pionera; a quien no querían perder de vista. Sin embargo, nuevas posibilidades se evidenciaron rápidamente a su paso. La virtualidad se nutre de realidad,  –entendieron. Lo supieron porque encontraron frecuentes pasadizos hacia su vida profesional. Podían observarla desde distintos ángulos, y hacerla visible, siempre con la posibilidad de mostrar la cara más pertinente del polígono. Se entusiasmaron, convocaron a un grupo de jóvenes a la biblioteca, les enseñaron a leer obras antiguas, piedras angulares del drama, arquetipos del alma humana. Leyeron en colectivo, reinterpretaron, trans-codificaron, re-escribieron, corrigieron, y mostraron al mundo, a través de la naciente Red, en el ciber-espacio, usando nuevos lenguajes  –que aprendían con velocidad, sus estrategias para una lectura más crítica.

     Otros grupos de maestros-expedicionarios venían en camino. Cuando llegaron a la Red quedaron sorprendidos por las huellas profundas que habían dejado allí sus colegas. Se detuvieron a leer algunos reflejos de la memoria de ellas. Conversaron sobre lo que veían, y descubrieron que podían dejar notas al margen para la posteridad. Se preguntaron qué sería lo que debían escribir. Se contuvieron. Siguieron curioseando en videos, textos, galerías de dibujos, fotos; haciendo paneos que les daban ideas más estructurales sobre la práctica de sus colegas. Al fin, decidieron escribirles mensajes, les señalaron sus impresiones, las motivaron, marcaron hipervínculos, sugirieron retoques. Asumieron allí el rol cooperativo que los distingue.

     Mientras este grupo de maestros viajaba y se zambullía en la Red; otro grupo, se quedó por fuera, observando y temiendo lo peor. Ellos esperaban e intentaban entender. Todo era sospechoso. Pero, cuando alguien preguntó “¿quién tiene el control sobre las publicaciones?”, todos enmudecieron. Con esta pregunta se desató un alud de inquietudes. “¿Quién nos observa?”, “¿De quién son las ideas que circulan?”, “¿Quién se apropiará de mis saberes?”, “Cuando yo publique una obra maestra ¿darán delete a mi nombre y sobre-escribirán otro?, ¿Y la Red, quién la controla?, ¿De quién somos juguete?"

     Se hizo un gran silencio. La noche soltó su velo gris. La luna alumbraba temblorosa. Cuando recuperaron la voz, lentamente fueron conversando en parejas, en pequeños grupos, en las esquinas, en los pisos inferiores, guarecidos en buhardillas. Poco a poco, el colectivo se dividió. No fue una decisión unánime. Fue una implosión-explosión de dudas y confianzas.

     Un grupo de docentes tomó una decisión radical que le comunicaría a sus colegas. “Volvemos a la biblioteca, su Ciber-Alejandría se puede desconectar con un tropezón. Cuidaremos de la memoria más culta, la catalogaremos, haremos eventos para que otros se motiven a conocer el pensamiento de occidente, y a conversar con los personajes de la literatura universal. La calidez del contacto interpersonal debe conservarse. Pueden unirse a nosotros quienes así lo deseen.”

     Otro grupo se animó y, también, proclamó su decisión. “Iremos a la Red, pero no para participar en ella, sino para hacer vigilancia. Eso que allí llaman datos y meta-datos son productos del esfuerzo de alguien, y deben ser protegidos. Dictaremos normas y las haremos cumplir. Queremos que haya circulación y uso de las fuentes, pero nos oponemos radicalmente al robo cibernauta. Necesitaremos el apoyo de otros que quieran ayudarnos a desaparecer de la Red a los infractores”.

     Un tercer grupo, el más numeroso, anunció. “Queremos entrar en la Red. Somos maestros-investigadores. Tenemos mucho que contar al mundo. La experiencia de todos merece ser recordada. Iremos apropiando los lenguajes, los soportes tecnológicos, visitando a otros maestros en sus aulas. Los motivaremos a escribir y a compartir sus reflexiones y dudas. Queremos que la educación gane estatus científico. Queremos que las escuelas se transformen. Queremos nuevas ideas. Queremos que nuestros colegas se vinculen y aprendan de manera colaborativa y ubicua”.

     El último grupo, tomó la palabra para señalar que ellos también irían a la Red; se mostraron dispuestos a producir tanto como a consumir conocimiento. Se convertirían en pro-sumers. Su creatividad se potenciaría en un ecosistema sin fronteras, sin límites. Ellos proclamaron que el conocimiento no puede ser considerado mercancía. Dijeron: “cada idea tiene nacimiento en un lugar del orbe que ni siquiera imaginamos. Siempre tomamos de otros para crear. El saber debe considerarse un bien público. Los datos deben circular gratuita y libremente. Nuestra Red, así lo proponemos, y en esa línea pondremos nuestro esfuerzo, debe dar lugar a la ciber-democracia. A entrar en la Red Docente con esta actitud los invitamos a todos”.
https://orcid.org/0000-0002-5796-1115

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