EL DELIRIO DE VAN GOGH

Él busca un destinatario que lo descifre. 
Olga Rojas Torres
Junio 25 de 2015

Entrar en contacto con sí mismo a través de otros, en Vincent van Gogh, es un delirio hecho pintura. Hijo de una familia hondamente tradicional, van Gogh lleva el nombre de su hermano mayor, descendiente primogénito, muerto al nacer. Vincent no es Vincent. Vincent es una réplica de Vincent. Él sumergió su identidad en la oscuridad de la noche.

Como pintor, van Gogh enfrenta un combate con la nueva técnica de la fotografía que lo muestra todo. A él le quedan las opciones representativas de su mundo íntimo, y el diálogo delirante que sostiene con sus colegas, con quienes vive relaciones heridas.


Comunicarse es la ilusión de este solitario. Comunicar-ser. Por eso, entrega al lienzo todas sus impresiones; con el pincel exhibe su esencia. Vivir en una comuna con maestros de la pintura es su ideal. Y a su manera la compuso. Ella asoma por entre sus obras. Viven con él los grandes, los mejores: Gauguin, Toulouse Lautrec, Monet, Doré, Millet, Eisen... Están en su trazos en sus motivos, en su color; siempre el color.

Un diario de sus desequilibrios mentales recorre su colección.  La rabia del trazo. Representarse disminuido. Mostrar la decrepitud de su tristeza. Aplastar el cielo de un brochazo. Perderse en las estrellas que se hunden. Atrapar la mirada en un pasillo del sanatorio. Habitar la pobreza. Vincent pinta en simultánea los diálogos con sus mundos interior y exterior, la noche, el cielo, la realidad, los campesinos, su propia imagen, las relaciones muertas con el padre y con la iglesia; con el amor. Él busca un destinatario, un espectador que lo descifre.

Su obra “Ramas de almendro en flor (1890)” es un legado amoroso a su sobrino, el nuevo heredero de su identidad, Vincent van Gogh III; obra de colores pastel y brotes de vida, es la pintura de la nueva destrucción de su identidad. La discusión se entabla con la fuerza de los colores más suyos, amarillo, azul, verde..., con sus trazos bravos, con un viento azul que en “la noche estrellada (1889)” y en su “autorretrato”, del mismo año, barren la realidad en un vuelo hacia la muerte.

Publicado en: Las2orillas
https://orcid.org/0000-0002-5796-1115

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