UN HOMBRE AUTO-ACTIVO


            Para el profesor Ricardo Rojas fueron muy importantes los autos pero no propiamente aquellos de cuatro ruedas que simbolizan la velocidad con que el progreso se abre paso en oposición a la madre naturaleza, no.
            El primer auto de Ricardo fue el auto-didacta. De niño se escabulló de dos rigores, el de los oficios domésticos y el del látigo. En sus escondites conoció a varios amigos que lo acompañarían siempre, la curiosidad por el conocimiento, las dudas y preguntas, los instrumentos improvisados de la experimentación, y los libros. Como todos los hombres de todos los tiempos, se preguntó por la cosmogonía, la historia y la geografía, sobre ellos leía, conversaba con otros construyéndose sus propias incertidumbres. Las dudas se le hicieron pasión, pero especialmente aquellas sobre las relaciones entre elementos que generan el movimiento y que lo impulsaban a hacer experimentaciones arriesgadas. Así, a sus doce años quiso construir pilas con qué mover algunos aparatos, aunque en verdad, la dinámica que le marcaría más sería la social.
            Con el dolor del alma y sin duda también con el del cuerpo, a sus 14 años conoció su segundo auto, la auto-nomía. Solo, con la mente briosa salió de la casa paterna que se le había convertido en un lugar tortuoso, a buscar la vida. Fue, como cualquier niño campesino, labriego y caminante. Pero también fue trabajador de la industria petrolera, con lo que armaba su precaria economía e imponía orden a sus días. Allí, conoció el sindicalismo, compartió la preocupación por las estructuras organizacionales y halló argumentos para sus posturas críticas frente al poder y sus abusos.
            Ante este panorama conoció a su siguiente auto, la auto-regulación. La ética con un sentido social caló hondo en su cuerpo. Se impuso un código que no fue de honor sino de entrega. Sintió con sinceridad el deber social, y nunca, en adelante, depondría su convicción. La entrega se convirtió en pilar de su autorregulación y como todos sus autos hace parte del valiosísimo legado que nos dejó a sus discípulos.
            Así que corrían los años 50 y Ricardo acercándose a los 30 ya tenía tres autos. Era como ninguno autodidacta, autónomo y autorregulado. Eso último no lo creyeron nunca las autoridades eclesiásticas y militares colombianas que lo persiguieron con las forjas para el buen ciudadano.
Escrito por Olga Rojas, 2002
https://orcid.org/0000-0002-5796-1115

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