EDUCAR EN MEDIO DE LA SELVA


         ¿Cuál es el propósito de nuestra existencia? ¿Estamos en una permanente búsqueda de la felicidad, de la autonomía, de la riqueza, de la trascendencia? Los grupos étnicos que en Colombia resisten a la seducción del consumo lo saben claramente, viven no para resolver su individualidad, o para progresar como colectivo, sino para proteger, para cuidar y mantener en condiciones de total bienestar al ecosistema del que hacen parte. El ser no se concibe como sujeto psico-socio-económico-histórico, sino como pluralidad simbiótica.
            En el interior de esa perspectiva cósmico-ecológica, y desde la Constitución de 1991 que reconoce la autonomía de los pueblos, y el derecho a una educación que responda a sus visiones; los pueblos indígenas de Colombia se preguntan ¿qué es la escuela en occidente? ¿Qué es la etno-educación? ¿Cómo educar, qué enseñar, qué ha hecho occidente, qué les corresponde como protectores ancestrales de bosques, ríos y selvas?
            Las autoridades en las comunidades tienen el papel de guardar la memoria y proteger los modos con que han sostenido intacta a la naturaleza, a ese pulmón esencial para todos los seres del planeta. Ellos preservan el oxígeno que nosotros respiramos, y contaminamos. Las comunidades tienen diversas autoridades: territoriales, étnicas, de la memoria, y por supuesto de expresiones artísticas como la interpretación de instrumentos y la danza. Así, con estos sabedores expertos en señales del viento, en rugidos del agua, en huellas en la tierra, en comportamientos de las especies, en símbolos protectores para cada uno de los miembros de la naturaleza; la fiesta es el acto pedagógico por excelencia. En la fiesta se activan las protecciones, se activa la comunicación con los elementales, se enseña y mantienen vivos los saberes de viejos expertos y jóvenes iluminados.
            Los canales de comunicación, como lo señala McLuhan, son el mensaje. La colonización satanizó el pensamiento indígena. Todo. El maíz fermentado nos resulta un brebaje de pobres e incultos. En cambio, fermentos de cebada como la cerveza o el whisky, nos deslumbran.
            Los canales de comunicación con la selva son la música, la ancestral chicha, y por supuesto, el yagé, que ha sobrevivido a la satanización –ritual favorito de las instituciones que han venido a civilizarnos–. Los canales de comunicación hablan, imponen retos, muestran caminos, dan conocimientos. Todo está vivo en la selva. Ese bejuco maravilloso tiene espíritu, comparte propósito con las comunidades protectoras de la vida. Es el maestro de maestros. El yagé limpia cuerpo y alma, cura cuerpo y alma, y presenta realidades contundentes. 
            Una escuela que tiene en el centro la fiesta, es una escuela ideal, en la que todos son maestros, todos son discípulos, el conocimiento fluye con entusiasmo, los aprendizajes son significativos para el individuo, para la colectividad y para la Madre Tierra que protegen. Se aprende el valor de proteger. Este es el conocimiento central, proteger. Se aprende el poder de la serpiente que danza y silba conectando mundo e inframundo. Se aprenden las formas del pez, que vuela en el agua, que alimenta después de plantear retos y enseñar rutas. Se aprende a compartir alimentos, a cuidar a los débiles, a acompañar y reorientar a los perdidos, a fortalecer la identidad de género, a hacer una la voz de todos.
            La escuela de occidente no es la única opción, ni la mejor, si consideramos que la solidaridad no abunda, que el débil es excluido, que los aprendizajes siguen siendo mecánicos y desprovistos de su espíritu. En occidente la escuela tiene mucho que transformar, mientras la rumba, pone a circular esos saberes tan hondamente occidentales como la desvinculación de la familia, la vanidad, la agresividad, los juegos de poder, y el deseo de olvidar, vaciar la memoria, y dejar atrás los esfuerzos y problemas de la semana que nos pesa.
            Fiesta, escuela, sentido de vida van al unísono en la selva. En cambio, en occidente, todo requiere ser reinventado.

Escrito por Olga Rojas, 2010

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