¿CÓMO RECREAR EL RUIDO CORDOBÉS?
Ubíquese por una
avenida en la que confluyen algunas calles. En la esquina el semáforo. Póngale
cuatro motocicletas de exhosto arrebatado que esperan pacientes el cambio de
luz, y otros vehículos que irán dibujando su naturaleza una vez la luz cambie a
verde. Salen entonces en estrépito las motocicletas. Luego, una caja de cambios
se rompe y aparece un motor mil seiscientos que emerge como el monstruo del
pantano. Entonces, como de la nada surge la camioneta del Centro de Atención Policial,
con su sirena inclemente. De más lejos viene a sumarse un colectivo N4 cuyo
motor hace anuncio sonoro de las velocidades que alcanza. El aire denso de la
ciudad, se rasga mientras transitan sentados los cordobeses.
A este escenario
agréguele edificaciones diversas, casas altas y edificios, cada uno de ellos
con menos ventanas que el otro, y todas ellas protegidas como doncellas, por
escudos metálicos que detienen el asalto del sol. Así, tenemos muros sólidos en
ambos costados, y más de ellos por las calles aledañas, de manera que hemos
conformado una gran caja de resonancia en donde las emanaciones sonoras golpean
y toman dimensión. El aire quieto contiene todo sonido anterior, el de hace
unos minutos, el de ayer... la bulla de siempre se queda guardada en él. Este
es un gran tambor que repica sin la gracia de África.
A este panorama
sumémosle a una abatida solitaria que lleva a cuestas el sueño de varias noches
y quien yace en busca de descanso. Inspirada, la calle encarna su más
despiadado furor. Las motos exhibicionistas son la nota predominante, unas en
tonos graves, otras con agudos, sus cadenas acompañan cascabeleantes; pasan, y
el ruidaje queda en estelas de velocidad que van perdiendo corporeidad. Al fin
los pajaritos madrugadores, regalan su trinar. El oído empieza a hundirse en la
oscuridad, el silencio breve intenta llegar, pero es interrumpido por el
martillar de Cacho, albañil incesante.
El semáforo se pone
en rojo, y la nube de motores se para a destiempos, con acompañamiento de
platinas, soltando el freno de aire y luego el chirrido. No falta el pito. Las
máquinas hacen un sostenido multi-vibratorio que se coló por la única ventana,
no encuentra por dónde salir, se regocija en el alto techo de cúpula, y
contagia a los muros con sus temblores odiosos. Una moto de alto cilindraje, y
afán ostensible, revienta la trepidación anterior y se impone. Llega a la
carrera un auto de perifoneo, sólo se hace inteligible la palabra: “promoción”,
-¿promoción de qué?- El letrero del cacharro apenas auto-referencia el servicio.
Escrito por Olga Rojas, 2006
Escrito por Olga Rojas, 2006
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